sábado, noviembre 24, 2007

Los placeres exponenciales

Dos inventos grandes y asombrosos son parte de nuestra vida de todos los días. Uno, de dos mil años, el papel, tan poco festejado. Seguimos haciendo el papel de la misma exacta manera que hace dos mil años, lo que no es poca cosa. Claro, hemos automatizado el asunto todo y lo dejamos todo en las manos máquinas. El otro, no tan longevo, apenas medio millar de años, es el tipo móvil, dicho de otro modo, la impresión reiterada de las páginas de los libros. Con lo cual vinieron, primero, la impresión de pliegos (la imposición de páginas), las dobladoras, las alzadoras, las cosedoras y las forradoras, todas máquinas para hacer posible la producción mecánica de libros. Mucho creen que la tecnología digital está para reemplazar esa producción, pero temo que no sucede de esa manera, o no totalmente. Cuando hablamos de libros digitales casi siempre hablamos de objetos varios. Primero, casi todos los libros ahora (y revista y periódicos) son digitales en tanto se crean digitalmente, nadie usa ya tipos móviles, pero tampoco linotipos ni fotocomponedoras ni máquinas tipográficas. Se escribe en computadora (digitalmente) para diseñar en computadora (digitalmente) para producir un libro. Puede producirse para la pantalla, pero es una de las varias posibilidades. Lo fundamental, para mí, en dado caso, es que ese objeto digital es versátil y muy moldeable. La gran revolución digital es la absoluta inutilidad actual de los negativos, necesarios para la impresión en offset (hay variante, pero no las tomemos en cuenta). Primero, con la salida directo a placa, es decir, la placa de la máquina offset ahora puede "quemarse˝ digitalmente, con lo cual no precisamos negativos. Pero mejor, la impresión digital, como se le ha llamado, es decir, la impresión de páginas sin necesidad de tinta. Puro originales, pues. Y entonces el costo ha dado un cambio radical. Hagamos un poco de historia, imaginaria, como casi todas las que merecen la pena. Cuando los libros se copiaban eran carísimos, pues se precisaban muchas horas nalga para producir un solo libro. Todas eran ediciones lujosas, pues se dedicaban a decorarlas y embellecerlas. Todos eran ejemplares únicos y distintos. El tipo móvil permitió la reproducción a mayor escala, centrada en cientos. El desarrollo de esa tecnología permitió imprimir en miles después, cuando se perfeccionaron las artes de la imprenta. Las nueva tecnologías, linotipo y offset, hizo pensar en decenas e incluso centenas de miles. Pero esta última parte sólo fue para los periódicos, los libros nunca han sido pensados más allá de los millares. Unos pocos, muy pocos, se imprimen en decenas de miles, una minoría pequeña, en centenas de miles. Un millón es lujurioso en cualquier sentido para un libro. Y todo cada día más barato. La tipografía de plomo hacía rentable los libros digamos a partir de dos millares. Los negativos se dejaban para la reimpresión. Luego cambio el asunto para ir directo de la tipografía (la fotocomponedora) al negativo. Con la revolución digital, la tipografía es muy barata, realmente barata. Quien desee puede ver el primer número de la revista L=A=N=G=U=A=G=E, de las épocas prehistóricas de 1978. Navegar por sus números, cuyas imágenes páginas están disponibles ahora sin intermedio del papel, nos da una idea clara de la dificultad de crear tipografía sin demasiado dinero. Ahora es sencillísimo, dicho de otro modo, baratísimo. Es el primer cambio sustantivo, la tipografía está en manos de cualquiera, lo mismo que la preparación del libro, es decir, su diseño y maquetación. El segundo cambio, mucho más profundo, es la impresión digital y su facilidad. No se precisa invertir ya en negativos. Y los tirajes cortos, impresión bajo demanda, sobre pedido, on demand, o como quiera llamarse, tiene su límite mínimo en un ejemplar, desde luego, pero permite imprimir 10, o 100, o 1000 ejemplares. Es cada día más barata e imprimir digitalmente con impresora láser de alta velocidad es mucho más barato, aunque hay que encuadernar artesanalmente. Con ello llegamos a una paradoja: el avance tecnológico nos permite revivir métodos de producción artesanales porque ¡son más baratos! Vaya maravilla. Y entonces, no es que vendamos uno o dos ejempalres al años, es que podemos ir imprimiendo de a 20 o 30 ejemplares cada mes, para hacer frente a la demanda pequeña de nuestros libros, y hacer mucho más viable un negocio que de siempre ha sido pequeño, o menor. Y hablamos de papel y encuadernación. Lo que deja de exisitr es el sentido de tirada única, ahora es una tirada continua. Claro, los lectores digitales van a ser parte importante del futuro de los materiales impresos, valga, aunque sean impresos con tinta digital, pero no serán los únicos libros, periódicos y revistas que existan. Habrá libros, desde luego, que no merezcan nunca el papel, congratulémonos, otros que merezcan un excelente papel desacidificado, cosido con nylon y con pastas prestas a permanecer sin mácula por 500 años, pero serán y han sido, pocos. Olvidamos siempre que la gran revolución de los libros es que tiene públicos minoritarios, por definición. Sólo una minoría se interesa por cada título. No podría ser de otra manera. Lo mismo sucede ahora con la música, gracias a la revolución digital. Lo mismo comienza a suceder con otros medios masivos. El libro siempre ha sido el menos masivo de los medios y, ahora, permite editar para unos cuantos sin mengua de la calidad y con posibilidad de sobrevivencia. Las posibilidades de placer cada día son más variadas e interesantes: el camino del exceso, desde luego, lleva si no a la sabiduría, al gozo de los lectores. Quien no lee, no goza, así de sencillo. Y cada días está más al alcance de muchos todos.

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