viernes, junio 01, 2012

2. La normalización del discurso

Publiquemos todos siempre y cuando todos seamos unos cuantos. La supuesta superioridad del papel y su nervadura implica necesariamente la normalización del discurso y, con ello, la dificultad de producir los libros. ¿Nadie recuerda la censura? Por siglos los libros debían ser autorizados, la posesión de una prensa sancionada y, en el extremo,  algunas prensas  se volvieron clandestinas.

Pregúntenle a cualquiera que haya deambulado por las facultades unameñas del 68 sobre el mimeógrafo y, doble contra sencillo, comenzará a dar vueltas a una manivela ahora imaginaria. Imprimir, mimeografiar, fue un acto de libertad.

Quien pisa una imprenta, se creía, pisa suelo sagrado. Edición e impresión se confundían y se alimentaban. Dejaron de hacerlo. Quizás ahora sea editar y codificar, quizá ni eso.

Si editar es difícil, si hacer libros es difícil, publicar algo se torna un filtro. Sanciona, autoriza, elimina, ningunea, ensalza: normaliza. Ser aceptado era ser publicado. Se publicaba para entender el mundo, para cambiarlo, para narrarlo, para hacerlo estallar en mil pedazos iluminados. El siglo XX, culturalmente, es la historia de sus revistas y sus suplementos. Hechos por unos cuantos para unos cuantos.

Tradición, pues. Incluso tradición de la ruptura. Lo publicado por las editoriales daba sentido a lo que sucedía y señalaba caminos a lo por venir. Daba argumentos para lo cotidiano y para lo político y para casi todo. Participar en la conversación necesitaba e implicaba publicar un libro. Todo por medio de las editoriales y sus imprentas.

Todo ha cambiado. Esa sanción, esa elección, se ha desvanecido o desplazado, todavía no lo sabemos. De vez en vez leo cosas como "el libro que Amazon censuró". Lo cierto es que el hecho de la facilidad misma de imprimir y la facilidad misma de tener máquinas baratas de impresión (un taller minimalista de impresión y encuadernación de baja producción –entre 500 y 600 ejemplares por día– puede montarse con unos 12,000 dólares. Un nanotaller artesanal con 700 dólares. Las nuevas tecnologías hacen posible encontrar linotipos en nada y máquinas, como la Adana, en 400 dólares o Davidson en 600) hace posible publicar lo que se quiera con poca inversión. Además ahora es muy sencillo hacer libros electrónicos, basta una computadora y ganas de aprender a codificar o comprar algún programa que ayude a hacerlo.

Libros hermosos muchos, otros no. Pero dejemos desde este momento claro, hay un discurso que pide profesionalizar todos los procesos. Tipógrafos digitales, editores digitales, impresores digitales, encuadernaciones profesionales que desean y quieren desplazar el control a sus moradas. Falla en sus argumentos la premisa: parten de la idea de que los libros antes de la revolución digital eran buenon libros, bien hechos. Nada más falso. La mayoría de los libros del siglo XX son libros correctos, en los mejores casos. Si le creemos a Tufte, han pasado ya tres siglos sin que se haya editado ningún libro que merezca ese nombre. Porque si ese discurso es cierto, precisamos programadores, así de sencillo. Y no vale tampoco la pena darles el control.

Quienes se asuntan suponen que antes la mayoría de los libros eran buenos y estaban bien hechos. Nada más falso. Basura se ha editado siempre.

Si lees estas líneas significa que no sólo lees libros. Si lees estas líneas aceptas, tácitamente, que es posible publicar sin ser experto en codificar y sin que lo publicado tenga nada que ver con el papel.

Los discursos, pues, dejan de estar normalizados a la vieja usanza, lo que no significa que no vayan a normalizarse de nuevo, todo lo contrario.

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