miércoles, noviembre 20, 2013

¿Dónde suceden los libros?


La mayoría de los libros han sucedido en el espacio. Trazados cuidadosa y largamente por la mano disciplinada o impresos por el metal recurrente. Subsisten, sí, pero con cuidados y mimos. Dejados a su suerte es casi cierto que desaparezcan. Hemos perdido muchos libros antiguos. De cierto perderemos otros. Son objetos.

Los libros digitales o electrónicos o binarios suceden en el tiempo. Son un proceso. Existen mejor al duplicarse, al replicarse, al ser de nuevo lo que ya eran y siguen siendo. Son casi nada. Están unidos a ese mundo tan extraño de los electrones. Son una sucesión de pulsos, una sucesión de estados, una lista inmensa de ceros y unos, de prendidos y apagados, de inductos y eductos.

La lectura, el acto por el cual desciframos lo dicho por un libro, sucede en el tiempo, no en el espacio. No tiene la menor importancia, para la lectura, el lugar donde se haga.

Leer es entender y entendemos en el tiempo.

domingo, julio 21, 2013

Que un diccionario no contenga una palabra no significa que la palabra no exista y que no se pueda usar.

Los diccionarios son finitos, mientras que la lengua es ilimitada. Aunque un diccionario no contenga una palabra no significa que la palabra no exista y que no se pueda usar.
Luis Fernando Lara



viernes, junio 21, 2013

Reglas para el uso de los libros de Manuel Martín, traducidas del latín por Atenógenes Santamaría y traídas al hogaño por José Luis Martínez

I. No lo tengas por esclavo, pues es libre. Por tanto, no lo señales con ninguna marca.

II. No lo hieras ni de corte ni de punta. No es un enemigo.

III. Abstente de trazar rayas en cualquier dirección. Ni por dentro ni por fuera.

IV. No plegues ni dobles las hojas. Ni dejes que se arruguen.

V. Guárdate de garabatear en las márgenes.

VI. Retira la tinta a más de una milla. Prefiere morir a mancharse.

VII. No intercales sino hojas de limpio papiro.

VIII. No se lo pestres a otros ni oculta ni manifiestamente.

IX. Aleja de él los ratones, la polilla, las moscas y los ladronzuelos.

X. Apártalo del agua, del aceite, del fuego, del moho y de toda suiciedad.

XI. Usa, no abuses de él.

XII. Te es lícito leerlo y hacer los extractos que quieras.

XIII Una vez leído no lo retengas indefinidamente.

XIV. Devuélvelo como lo recibiste, sin maltratarlo ni menoscabo alguno.


XV. Quien obrare así, aunque sea desconocido, estará en el álbum de los amigos. Quien obrare de otra manera, será borrado. 

domingo, junio 09, 2013

Cuando te hablen del futuro del libro pregunta si en realidad quieren hablar del futuro del mercado del libro

Los hechos son los siguientes: una revista con prestigio publica la foto de un autor con prestigio sin dar el debido crédito. La foto en cuestión fue tomada por otro autor con prestigio, el cual reclama (con mucha gentileza) a la revista con prestigio la falta de crédito. Una estudiante de fotografía le pregunta al autor de prestigio que tomó la fotografía si es escritor y si es fotógrafo. El autor de prestigio y fotógrafo también de prestigio le contesta que sí, es autor, sí, es fotógrafo, pero no tiene la menor importancia. Él tomó la foto y la revista de prestigio la publicó sin darle crédito, ya el asunto de pedirle autorización quedó muy atrás. La estudiante de fotografía se burla y afirma que quién es él, refiriéndose al autor de prestigio y fotógrafo, para calificarse como fotógrafo si no estudió fotografía, ni institución alguna lo certifica como tal. ¿Acaso cualquier puede llamarse fotógrafo?

Los hecho anteriores cifran nuestro situación cultural actual. La liberación física de la fotografía, su total y completa existencia digital, detonó una multitud de fotografías. Muchas excelentes, muchas buenas, muchas normales, muchas malas. ¿Las demasiadas fotografías? ¿Hay demasiadas fotografías en el mundo? ¿Necesitamos filtros para esas demasiadas fotografías? Nos tocó atestiguar el nacimiento de la explosión fotográfica. Podríamos pasar el resto de nuestras vidas admirando fotos extraordinarias sin ver ninguna mediocre o mala. Y la mayoría tomadas por quienes son fotógrafos por serlo, es decir, por tomar fotografías.

Claro, quien estudia fotografía tiene el grave problema de que su estudio ya no le garantiza nada, ni siquiera tomar buenas fotografías. La estudiante en cuestión precisamente tuvo una revelación horrible: la foto (que era muy buena) fue tomada por un autor que ella no sabía ni siquiera que es un fotógrafo bastante reconocido y nunca estudió fotografía. Las revistas cada día necesitan menos fotógrafos dedicados. Vivir de la fotografía siempre fue difícil, ahora también. El futuro no parece distinto.

Pensemos en los libros. La liberación física de los libros ha implicado también una explosión. Curiosamente, y muy poco mencionada, una explosión crítica. Hay muchos libros y puedo investigar rápidamente si cierto libro vale o no la pena. Lo más importante, hay muchísimas recomendaciones cotidianas, en artículos, en reseñas, en comentarios, en blogs, en twitter. Hay muchísima crítica especializada, en novela gráfica, en literatura de todo tipo, en escritores injustamente olvidados, en obras poco visitadas. Claro, no pasan por los canales normales, o no sólo por ellos. Cada día hay más y más escritores que lo son por el sólo hecho de serlo. Son escritores porque escriben. 

Cuando te hablen del futuro del libro pregunta si en realidad quieren hablar del futuro del mercado del libro. A nadie le preocupa el futuro de la fotografía. A nadie debiera preocuparle el futuro del libro. Claro, si te preocupa el mercado de la fotografía o del libro, entonces sí hay mucho que discutir. Pero si vemos lo que sucede con la fotografía podremos vislumbrar los libros del futuro. Gran parte de la fotografía se ha liberado del mercado, mejor, no precisa de un mercado directo. Ni para hacerla ni para consumirla. Y no seamos hipócritas, nadie se preocupó por los empleos perdidos de la industria fotográfica. No se hacen cámaras analógicas, no se hacen películas, no se imprimen fotos de películas, lo que significó la pérdida de muchísimos empleos. La quiebra de muchas empresas y la muerte de gigantes. 


Lo mismo sucederá con el mercado de los libros. La diferencia, como decía en la entrada anterior, radica en que el libro es tan poderoso que, sin ser imagen, logró meterse en la pantalla. No es asunto menor.

sábado, junio 08, 2013

El libro es tan poderoso que, sin ser imagen, logró meterse en la pantalla

El libro es tan poderoso que, sin ser imagen, logró meterse en la pantalla.

No podemos sentarnos a ver un libro. No podemos sentarnos a no leer un libro.

El libro es nuestro último refugio para la lentitud, para la paciencia, para la transparencia.

lunes, junio 03, 2013

Filosofía de la edición limitada

Richard Le Gallienne publicó en 1929 un brevísimo ensayo titulado Filosofía de la edición limitada. La edición, desde luego, fue limitadísima (250 ejemplares, si no recuerdo mal). Queja en principio, diagnóstico descriptivo, arenga mínima al final: no vulgaricemos los libros. Para el bueno de Le Gallienne las artes de la imprenta debían ser, precisamente, artesanales, preciosas, precisas. Nada más nefasto, pensaba, que la producción masiva de los libros. La sobreproducción es el mal actual. Los libros son valiosos si no son muchos, si la tirada de un libro es pequeña, limitada, y se asegura que las placas fueron destruidas o los tipos guardados en sus cajetines. Que no puede imprimirse de nuevo sin hacerlo distinto. 

Debo aclarar que soy el orgulloso propietario y distraído lector de uno de esos pocos ejemplares. Blancos generosos pese al pequeño formato,  papel con barbas, costura doble del único pliego, guardas finas, grabado en oro. Prensa tipográfica, desde luego. 

Lo leí hace tiempo y recordaba su defensa y su miedo. Volví a leerlo el día de ayer en versión electrónica, cuyo vínculo he puesto, con la intención de refrescarme la memoria. Recuerdo vívidamente las páginas del libro (al cual, por ahora, no tengo acceso; un desacuerdo malhadado con la dueña del departamento donde vivía hizo que mudara mis bártulos, incluídos bibliográficos, y permanecen en cajas). Podría dar medidas aproximadas, más o menos recrear el tamaño de su caja tipográfica. Pero la lectura, hasta donde me da la entendedera, es ¿fue? la misma en uno u otro lado.

Una digresión: son un lector promiscuo. Leo varios libros a la vez, los varios que leo los leo en distintos medio y cada día me cuesta más trabajo recordar el medio en el cual lo leí. No tengo idea si signifique algo interesante.

¿Dice algo distinto el libro de edición limitada que el texto codificado? Para leer algo que me interesa leer de la web utilizo un programa para mandarlo a mi tableta. Programa que le da el formato que más se acomoda a mis obsesiones tipográficas (tamaño, interlineado, caja, familia). Puedo, con todo, leerlo con el navegador sin demasiados problemas. ¿Dicen esos tres textos algo distinto? ¿Tienen distinto valor? 

Hay que decirlo como es: la edición limitada es una forma elegante, aristocrática, de referirse a los precios altos. La Gallienne lo tiene muy claro: debemos reducir más y más nuestros tirajes y dar nuestros libros cada día más caros. De otro modo, añado, los libros pierden su valor, se vulgarizan. 

El libro electrónico, el texto codificado, sería para La Gallienne, como lo es para muchos ahora, el horror de la vulgarización total, algo ilegible. Una asquerosidad, como dijo Mario Muchnick, para mi absoluta tristeza, hace poco. Es un texto, dicen otros. Sí, es un texto. Sí, no es limitado. Sí, es legible. Sí, es barato.


Hemos de reflexionar sobre la filosofía de la edición ilimidada y el adjetivo mismo nos señala el rumbo y la maravilla.

miércoles, mayo 29, 2013

Don Quijote, librería norma y los libros electrónicos

Don Quijote De La Mancha from Proyectos on Vimeo.

La menor ventaja de los libros electrónicos es su ahorro de papel, pero es interesante el hecho mismo de que se intente promover su lectura. Ya se da por sentada su existencia, es un paso adelante.

martes, febrero 12, 2013

Sobre la naturaleza de las cosas digitales



¿Cuándo dos libros son el mismo libro? Digamos, dos ediciones distintas del Quijote son, en un sentido importante, el mismo Quijote. Cualquier edición en otro idioma distinto al español del Quijote es el mismo Quijote. Hay, pues, un sentido de mismidad que no depende de nada más que el ser la sucesión precisa de palabras que es el libro. Lo que distingue las distintas ediciones y las distintas impresiones de la misma edición de cualquier libro es, curiosamente, cierta errata o cierto material o cierta técnica. Quienes saben de Dickens verifican la página 16 de la primera edición de una de sus obras para saber si se trata de la primera impresión de esa primera edición o una impresión posterior. Buscan una errata. El ISBN identifica, precisamente, la mismidad de los libros. En el ejemplo de Dickens, las distintas impresiones de la primera edición llevarían, según los criterios actuales, el mismo ISBN por diferir en casi nada entre sí. Para el ISBN serían el mismo libro, para el coleccionista no.

El problema es para los lectores. Quien desea leer, por ejemplo, Pedro Páramo, no tiene demasiado interés en saber la historia de las distintas ediciones. Hay, pues, un sentido en el cual el libro Pedro Páramo es algo distinto de los ejemplos concretos. Un libro platónico, si se me permite. La sucesión exacta de palabras que es Pedro Páramo. Ese libro, ese metalibro, tendría un metaISBN. 

En el caso de los libros digitales el asunto es mucho más sencillo y mucho más complicado. La sucesión exacta de palabras que es Pedro Páramo está señalada por medio de marcas para desplegarse de distintas maneras en distintos dispositivos, pero la sucesión exacta de palabras es la misma. Todas las ediciones son la misma edición, aunque el marcado de esa sucesión tenga variaciones. Un libro digital es, pues, una sucesión ordenada de ceros y unos que se actualiza en cada dispositivo por medio de reglas especificadas de antemano. Por eso es tan importante disponer de reglas de marcado neutras y eliminar los candados. 

Muchos reflexionan desde la abundancia. Disponen de bibliotecas públicas, de bibliotecas universitarias, de librerías, de sistemas de distribución modernos. Para quienes reflexionan desde la facilidad para leer muchos libros encerrarse en un sistema (Amazon, iBook, Adobe) es un asunto grave. Quienes reflexionan desde la escasez, un sistema cerrado que permite la lectura de mucho libros, otrora imposibles de conseguir, es el paraíso. Recibir los libros por correo fue, para muchos de quienes leemos desde la escasez, una avance notable. El libro electrónico derribó fronteras. Seguimos en la fiesta lectora.

Comprar cualquier libro desde cualquier lugar del planeta. ¿Quiénes pueden ofrecer un acuerdo de ese talante? Barnes & Noble, por ejemplo, odia a quienes vivimos fuera de Estados Unidos. Literalmente. Todo, absolutamente todo, es imposible si no se es ciudadano o residente norteamericano. Apple no se ha quedado atrás. Después de años, años, de poder comprar libros en Amazon, tiene meses que se pueden comprar en iBooks. Los editores españoles también odian a quienes no somos peninsulares. No nos dejan comprar lo que queremos donde queremos y de la forma que queremos. Y nos quieren vender caro, muy caro. Todos y cada unos de sus libros.

El mercado de libros usados es, ha sido, una salida para quienes desean leer pero no disponen de suficiente dinero para hacerlo.  Sea por la razón que sea. Impedir, por ejemplo, que se compren libros de texto en Asia para revenderlos en Estados Unidos nos permite ver cuál es el problema. Un libro no es el mismo libro para asuntos de mercado, así de sencillo. La mismidad debe pasar, necesariamente, por la substancia del precio. El libro asiático es el mismo libro que el norteamericano si valen lo mismo, valga, si le paga el vendedor lo mismo a la editorial norteamericana. De otro modo, no es el mismo libro. 

Amazon obtuvo una patente para vender libros electrónicos usados. Todos, a una voz, dijeron: ridículo; ¿así de idiotas somos?; lo que nos faltaba. Amazon lleva ya muchos años demostrando que entendió a la perfección lo que es un libro y para qué sirve. Un libro es una sucesión precisa y única de palabras ordenada para leer. El lector quiere poder leer el libro que desea leer en el momento en que lo desea a un buen precio (no necesariamente el menor). Algunos quieren ediciones específicas, la mayoría no. Los lectores quieren el mayor catálogo posible, más es más, no menos. Encerrarse en un sistema como el de Amazon no es, para la mayoría de los lectores, un problema; ni siquiera una limitación. Es una liberación.

El paso al libro electrónico fue inevitable. Dar mayor rapidez y, con ello, mayor satisfacción al lector, sólo es posible por medios instantáneos. ¡Quiero ese libro ya! Amazon vende los mismos libros que vendía antes. 

¿Y la patente? Muy sencillo, para Amazon el problema es el de los libros electrónicos que sus lectores, subrayo, sus lectores (de Amazon, en pasado, en presente y en futuro) han comprado en otros sistemas cerrados. La mejor manera es abrirlos y, de nuevo, estará dispuesto a perder dinero. Les dice: venda sus libros usados de Amazon a otros de Amazon. Pero más importante: venda sus libros electrónicos encerrados por Adobe o por cualquier otro sistema a cualquiera en Amazon o en otro sistema. Intenta, creo, romper el DRM de manera legal y quedarse con los lectores dándoles lo que quieren: libros para leer. 

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