viernes, junio 21, 2013

Reglas para el uso de los libros de Manuel Martín, traducidas del latín por Atenógenes Santamaría y traídas al hogaño por José Luis Martínez

I. No lo tengas por esclavo, pues es libre. Por tanto, no lo señales con ninguna marca.

II. No lo hieras ni de corte ni de punta. No es un enemigo.

III. Abstente de trazar rayas en cualquier dirección. Ni por dentro ni por fuera.

IV. No plegues ni dobles las hojas. Ni dejes que se arruguen.

V. Guárdate de garabatear en las márgenes.

VI. Retira la tinta a más de una milla. Prefiere morir a mancharse.

VII. No intercales sino hojas de limpio papiro.

VIII. No se lo pestres a otros ni oculta ni manifiestamente.

IX. Aleja de él los ratones, la polilla, las moscas y los ladronzuelos.

X. Apártalo del agua, del aceite, del fuego, del moho y de toda suiciedad.

XI. Usa, no abuses de él.

XII. Te es lícito leerlo y hacer los extractos que quieras.

XIII Una vez leído no lo retengas indefinidamente.

XIV. Devuélvelo como lo recibiste, sin maltratarlo ni menoscabo alguno.


XV. Quien obrare así, aunque sea desconocido, estará en el álbum de los amigos. Quien obrare de otra manera, será borrado. 

domingo, junio 09, 2013

Cuando te hablen del futuro del libro pregunta si en realidad quieren hablar del futuro del mercado del libro

Los hechos son los siguientes: una revista con prestigio publica la foto de un autor con prestigio sin dar el debido crédito. La foto en cuestión fue tomada por otro autor con prestigio, el cual reclama (con mucha gentileza) a la revista con prestigio la falta de crédito. Una estudiante de fotografía le pregunta al autor de prestigio que tomó la fotografía si es escritor y si es fotógrafo. El autor de prestigio y fotógrafo también de prestigio le contesta que sí, es autor, sí, es fotógrafo, pero no tiene la menor importancia. Él tomó la foto y la revista de prestigio la publicó sin darle crédito, ya el asunto de pedirle autorización quedó muy atrás. La estudiante de fotografía se burla y afirma que quién es él, refiriéndose al autor de prestigio y fotógrafo, para calificarse como fotógrafo si no estudió fotografía, ni institución alguna lo certifica como tal. ¿Acaso cualquier puede llamarse fotógrafo?

Los hecho anteriores cifran nuestro situación cultural actual. La liberación física de la fotografía, su total y completa existencia digital, detonó una multitud de fotografías. Muchas excelentes, muchas buenas, muchas normales, muchas malas. ¿Las demasiadas fotografías? ¿Hay demasiadas fotografías en el mundo? ¿Necesitamos filtros para esas demasiadas fotografías? Nos tocó atestiguar el nacimiento de la explosión fotográfica. Podríamos pasar el resto de nuestras vidas admirando fotos extraordinarias sin ver ninguna mediocre o mala. Y la mayoría tomadas por quienes son fotógrafos por serlo, es decir, por tomar fotografías.

Claro, quien estudia fotografía tiene el grave problema de que su estudio ya no le garantiza nada, ni siquiera tomar buenas fotografías. La estudiante en cuestión precisamente tuvo una revelación horrible: la foto (que era muy buena) fue tomada por un autor que ella no sabía ni siquiera que es un fotógrafo bastante reconocido y nunca estudió fotografía. Las revistas cada día necesitan menos fotógrafos dedicados. Vivir de la fotografía siempre fue difícil, ahora también. El futuro no parece distinto.

Pensemos en los libros. La liberación física de los libros ha implicado también una explosión. Curiosamente, y muy poco mencionada, una explosión crítica. Hay muchos libros y puedo investigar rápidamente si cierto libro vale o no la pena. Lo más importante, hay muchísimas recomendaciones cotidianas, en artículos, en reseñas, en comentarios, en blogs, en twitter. Hay muchísima crítica especializada, en novela gráfica, en literatura de todo tipo, en escritores injustamente olvidados, en obras poco visitadas. Claro, no pasan por los canales normales, o no sólo por ellos. Cada día hay más y más escritores que lo son por el sólo hecho de serlo. Son escritores porque escriben. 

Cuando te hablen del futuro del libro pregunta si en realidad quieren hablar del futuro del mercado del libro. A nadie le preocupa el futuro de la fotografía. A nadie debiera preocuparle el futuro del libro. Claro, si te preocupa el mercado de la fotografía o del libro, entonces sí hay mucho que discutir. Pero si vemos lo que sucede con la fotografía podremos vislumbrar los libros del futuro. Gran parte de la fotografía se ha liberado del mercado, mejor, no precisa de un mercado directo. Ni para hacerla ni para consumirla. Y no seamos hipócritas, nadie se preocupó por los empleos perdidos de la industria fotográfica. No se hacen cámaras analógicas, no se hacen películas, no se imprimen fotos de películas, lo que significó la pérdida de muchísimos empleos. La quiebra de muchas empresas y la muerte de gigantes. 


Lo mismo sucederá con el mercado de los libros. La diferencia, como decía en la entrada anterior, radica en que el libro es tan poderoso que, sin ser imagen, logró meterse en la pantalla. No es asunto menor.

sábado, junio 08, 2013

El libro es tan poderoso que, sin ser imagen, logró meterse en la pantalla

El libro es tan poderoso que, sin ser imagen, logró meterse en la pantalla.

No podemos sentarnos a ver un libro. No podemos sentarnos a no leer un libro.

El libro es nuestro último refugio para la lentitud, para la paciencia, para la transparencia.

lunes, junio 03, 2013

Filosofía de la edición limitada

Richard Le Gallienne publicó en 1929 un brevísimo ensayo titulado Filosofía de la edición limitada. La edición, desde luego, fue limitadísima (250 ejemplares, si no recuerdo mal). Queja en principio, diagnóstico descriptivo, arenga mínima al final: no vulgaricemos los libros. Para el bueno de Le Gallienne las artes de la imprenta debían ser, precisamente, artesanales, preciosas, precisas. Nada más nefasto, pensaba, que la producción masiva de los libros. La sobreproducción es el mal actual. Los libros son valiosos si no son muchos, si la tirada de un libro es pequeña, limitada, y se asegura que las placas fueron destruidas o los tipos guardados en sus cajetines. Que no puede imprimirse de nuevo sin hacerlo distinto. 

Debo aclarar que soy el orgulloso propietario y distraído lector de uno de esos pocos ejemplares. Blancos generosos pese al pequeño formato,  papel con barbas, costura doble del único pliego, guardas finas, grabado en oro. Prensa tipográfica, desde luego. 

Lo leí hace tiempo y recordaba su defensa y su miedo. Volví a leerlo el día de ayer en versión electrónica, cuyo vínculo he puesto, con la intención de refrescarme la memoria. Recuerdo vívidamente las páginas del libro (al cual, por ahora, no tengo acceso; un desacuerdo malhadado con la dueña del departamento donde vivía hizo que mudara mis bártulos, incluídos bibliográficos, y permanecen en cajas). Podría dar medidas aproximadas, más o menos recrear el tamaño de su caja tipográfica. Pero la lectura, hasta donde me da la entendedera, es ¿fue? la misma en uno u otro lado.

Una digresión: son un lector promiscuo. Leo varios libros a la vez, los varios que leo los leo en distintos medio y cada día me cuesta más trabajo recordar el medio en el cual lo leí. No tengo idea si signifique algo interesante.

¿Dice algo distinto el libro de edición limitada que el texto codificado? Para leer algo que me interesa leer de la web utilizo un programa para mandarlo a mi tableta. Programa que le da el formato que más se acomoda a mis obsesiones tipográficas (tamaño, interlineado, caja, familia). Puedo, con todo, leerlo con el navegador sin demasiados problemas. ¿Dicen esos tres textos algo distinto? ¿Tienen distinto valor? 

Hay que decirlo como es: la edición limitada es una forma elegante, aristocrática, de referirse a los precios altos. La Gallienne lo tiene muy claro: debemos reducir más y más nuestros tirajes y dar nuestros libros cada día más caros. De otro modo, añado, los libros pierden su valor, se vulgarizan. 

El libro electrónico, el texto codificado, sería para La Gallienne, como lo es para muchos ahora, el horror de la vulgarización total, algo ilegible. Una asquerosidad, como dijo Mario Muchnick, para mi absoluta tristeza, hace poco. Es un texto, dicen otros. Sí, es un texto. Sí, no es limitado. Sí, es legible. Sí, es barato.


Hemos de reflexionar sobre la filosofía de la edición ilimidada y el adjetivo mismo nos señala el rumbo y la maravilla.

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